El reloj marcaba las 7 desde hacia ya demasiado tiempo. Un tazón con cereal a medio comer se encontraba sobre la mesa de la cocina. La leche de un tono verdusco, seca y agrietada, mientras que los cereales todos batidos y una cuchara incrustada justo en medio, indicaban la ausencia de un dueño.
Puertas y ventanas abiertas de par en par, solo daban duda y sospecha, invitando a todos las hojas del otoño a entrar junto con una gruesa capa de polvo.
Toda parecía que en algún momento fue la casa de una hermosa familia, pero ahora todo se había convertido en abandono, los juguetes, libros, mochilas, suéteres, bolsos y maletines esparcidos por el piso.
Nada parecía encajar, una repentina desaparición de todo ser vivo, inclusive las calles se encontraban vacías, con los coches perfectamente estacionados, con todas y cada una de sus puertas abiertas.
Cada pisada sobre el frio pavimento formaba un eco ensordecedor, mientras que las ramas secas de los arboles iban a juego con el lúgubre ritmo de mis pasos. Ni siquiera un susurro, ni siquiera un suspiro, un silencio total, en la espera de algún suceso.
Nada más que un gato negro en un árbol, es lo que pude encontrar, mirando tras cada paso que daba. Nuestras miradas chocaron en algún punto y nos quedamos viéndonos las caras durante un rato, creando preguntas mudas que jamás tendrían respuesta, hasta el momento en que bajo corriendo para desaparecer entre las casas lejanas.
Duda, incertidumbre y una soledad infinita comenzaban a llenar mis pensamientos, mientras que un frio viento me helaba hasta los huesos.
No entendía nada, todo parecía una pesadilla de la que no podía despertar.